lunes, 6 de septiembre de 2010

Sobre la poesía de Eduardo Milán - Disenso 2

La anfibia nomenclatura del pájaro: sobre Disenso de Eduardo Milán

En el lenguaje de Eduardo Milán hay una búsqueda de aproximación. Las palabras buscan aproximarse a la realidad de las cosas, los sentimientos, el devenir cotidiano de la existencia que no depende del lenguaje para tener una presencia en la mente del poeta. Los poemas buscan aproximar una realidad interior, humana e individual, a la brutal efervescencia de los hechos sociales, políticos, económicos; buscan, también, equiparar ambos mundos, ambas realidades. El lenguaje no da, sin embargo. Eso hay que entenderlo, para un poeta de América Latina el lenguaje no da. En otras latitudes escuchamos a los poetas decir que no hay nada más que el lenguaje, que éste es la presencia última de la persona. Esto sobre todo en algunos poetas Norteamericanos en el linaje Pound/Williams. Pero la relación o, más bien, la proximidad entre el lenguaje y la realidad de un poeta Norteamericano y de uno Latinoamericano son abismalmente distintas. Con ello no quiero decir que así sea, digamos, “objetivamente”, lo que sea que esto quiera decir; sino que la relación personalísima con el lenguaje es así vivida. La riqueza y la pobreza materiales tienen repercusiones directas en el lenguaje. Así la metáfora como vehículo de abundancia de sentido no funciona, indica Milán, precisamente igual en un mundo de pobreza extrema que en una sociedad capitalizada. Para él no hay en la poesía sublimación ni intención transformadora sino un atestiguamiento. El poeta como el testigo sensible de la realidad brutal del mundo. El espacio que media entre la realidad y el lenguaje se vuelve significante, pues es el espacio que habita el lenguaje de la poesía:

ruina
entre la ruina aire
viene un aire de ruinas
sobre la ruina
no pertinencia de pájaro
puesto de patitas en el gajo
sobre el musgo ajeno siempre
a la hondura del paso

Uno de los sentidos del símbolo del pájaro puede ser el de aquello que es capaz de librar la distancia, el espacio entre ambas realidades. Por ello el pájaro corresponde, es pertinente, pertenece a ese espacio; o, si no le pertenece, es anfibio de aire y tierra. Sin embargo, esa doble “pertinencia” del pájaro es aquí puesta para describir otra cosa por negatividad. Milán, lector de los místicos, del pájaro solitario de San Juan, utiliza poéticamente la via negativa. Esta se basa en la exploración interrogativa de los atributos de las cosas del mundo para señalar aquello más allá donde queda la Unidad, siempre más allá del mundo y del lenguaje. En los poemas de Milán no se busca la Unidad, mas tampoco se indica qué es lo que no es la “pertinencia del pájaro”. Es decir, la fórmula que intenta aproximarse a “eso” al decir “esto no es aquello” por más que parezca una simpleza connota una responsabilidad ante el acto de nombrar, particularmente en su acepción bíblica de que lo nombrado pertenece a quien nombra. De la enigmática negación se desdobla una imagen concreta donde el lector puede asir su imaginación tanto sonora como visual. Las “patitas” del pájaro están sobre la rama quebrada de un árbol. Esta reiterada imagen de fragilidad se puede relacionar a la imagen del pájaro como la palabra que puede atravesar el espacio entre el poeta y la realidad. La palabra es frágil, está a merced de los depredadores, entre ellos el hombre moderno, civilizado, urbanizado, industrializado, que indirectamente actúa como el más mortífero de los cazadores. Para él el lenguaje es sólo una mercancía más. Las “patitas” del pájaro también nos dan otra imagen, la huella. El recorrido que realiza el lenguaje crea a la vez una construcción y una huella. Oxímoron de la presencia y de la ausencia. La escritura como el trazo del testimonio ante lo vivido es huella, por lo tanto ausencia pero la escritura también funciona como la cueva de la tribu, por lo tanto presencia:

durante el tránsito se escribe otra huella
no sólo aquella
la de no perder la pared de la comunidad
humedad del pigmento
hueco de la cueva donde no todo es afuera

Esta no es la cueva platónica sino Lascaux, donde una comunidad de hombres pintaron los muros. Disenso en su acepción política indica el derecho a disentir, a expresar una opinión sin temer represalias o marginación. En Disenso hay, creo yo, más que en otros libros de Milán, un llamado a la comunidad. Tal vez esto sea una nostalgia por una comunidad donde la persona sea respetada tanto como miembro de la comunidad y como individuo: “donde no hay comuna, /la voluntad individual no tiene tierra. Donde no hay libertad individual, la comuna/ está falsificada” escribe Robert Duncan en “La multidiversidad, pasajes 21,” de Tensar el arco. Este llamado/nostalgia a la comunidad, a la relación comunitaria entre los hombres tiene a las palabras como punto de encuentro, como la posibilidad de comunicación y entendimiento mutuo:

a izquierda, a derecha
carencia de pueblo

de comunidad
murmullo el círculo de brazas encendidas
caían las palabras sobre el fuego
algunas se acercaban para oír mejor

Conforme habíamos apuntando antes las palabras/pájaro cruzan el espacio, ahora podemos ver que ese espacio se extiende también entre los hombres reunidos alrededor de una fogata. Imagen mítica del encuentro donde se intercambian historias, noticias, poemas, canciones. El círculo de nómadas alrededor del fuego que alimenta, protege, y calienta. El fuego que ilumina en la noche cerrada. La “fila india” es otra imagen en el libro que parece estar cargada de sentido comunitario: no sólo el orden comunitario que protege a los individuos sino la posibilidad de moverse dentro de la noche con la confianza puesta en los de adelante y con la responsabilidad a los que vienen atrás. La caminata (nocturna) queda acentuada en las reiteraciones de pies, zapatos, alpargatas, botas que nos llevan a recordar el cuadro de Van Gogh Un par de zapatos de 1885 y en el cual Heidegger basa sus ideas sobre la revelación del Mundo. Pero en los poemas de Disenso los zapatos sí apuntan a algo más que ellos mismos, apuntan a los hombres que los usan y a las vidas que los llevan, caminando en “fila india”, buscando el fuego de la comunidad.
Hay en este libro un movimiento oscilatorio entre la esperanza y el desaliento. Por un lado, éste último está marcado, entre otras cosas, por la presencia de un narrador. No son muchos los narradores que tengan una presencia activa en el horizonte creativo-reflexivo de Eduardo Milán. Sin embargo, Kafka es una excepción. En Disenso su presencia es clara: “un río subterráneo de esperanza/ no para nosotros.” Este “no para nosotros” viene de una conversación con Brod citada en el ensayo de Walter Benjamin sobre Kafka. Brod pregunta a su amigo si hay esperanza más allá de la manifestación mundo que conocemos, a lo cual Kafka responde sonriendo “Oh, abundante esperanza, una infinita cantidad de esperanza — pero no para nosotros.” Hay en ciertos momentos del libro una derrota, ya no hay más que hacer, pues no se sabe ya qué hay que nos pudiese dar razones para hacer. La dificultad reside en que no hay un holocausto sino que enfrentamos la lenta y constante erosión de lo humano presente en la cotidianidad:

escribir, más que palabras, hormigas
pan para las hormigas
—encadenamientos que recuerdan que no hay más que perder

La imagen de la fila india de las hormigas de ida y venida del hormiguero nos dan las proporciones de los actos humanos. Y sin embargo—ese “y sin embargo” másmedular—parece indicar lo contrario:

¿planes? no hay planes
plantar una planta
arbolar un árbol
alborearlo, cuando la aurora
sin prestigio alguno, abre

Hay que hacer, hay que reiterar la presencia, como en aquél poema donde Milán decía que hay que ser felices porque sí. La escritura poética que sigue intentando cruzar la distancia, ese espacio entre los hombres y el mundo y entre los hombres mismos. Hay esperanza, hay escritura, hay una búsqueda vital. Hay amor donde se encuentran la existencia y la dignidad humana. El lenguaje del amor, que no es lenguaje amoroso, sino amor al lenguaje de la búsqueda que puede ser la búsqueda por aquellos con quienes se comparte la fogata. Y lo que se comparte en el contexto histórico-social al que Milán hace constante referencia es el dolor. Así el testigo del que habla Milán en otros textos no es el observador solamente sino quien tiene la capacidad humana de compartir el dolor, tanto el suyo como el de los otros. Pero dentro de este dolor está también aquella distancia entre las palabras y las cosas que deja una apertura hacia el afuera. Es en ese afuera donde podemos encontrar la esperanza.
Antonio Ochoa

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