lunes, 6 de septiembre de 2010

Sobre la poesía de Eduardo Milán - Disenso 1

Disenso designa una actitud: se habla del disenso? Se actúa el disenso? Es un disenso con respecto al sentido del mundo, el planteo por la vía de los hechos de otra vía de entender el sentido. Tal como está aquí, se ve en forma de sonidos percibidos por un sentimiento intelectual. Es la recuperación de un espacio para que la poesía haga eso. Pocos escriben poesía como Milán: el suyo es un espacio raro. Milán escribe, siempre, sin posar la poesía en el referente sino en el lenguaje. Ése sería un lugar común de la recuperación de la vanguardia, del concretismo, pero que hay que decir porque se vuelve verdad en él. Esa manera de decir las cosas de a saltos, mostrando sólo una capa que se mueve, como una hebra de sentido sostenida, a su vez, en la experiencia de la percepción del mundo ( del mundo tal como está, como es, como podría ser) obliga a pensar en los fundamentos de la poesía. Hay un punto en que la poesía ( todo arte, pero en especial la poesía, porque en ella se transparenta el lenguaje) baila en clave: a la vez para ser mejor que ella misma y para ser una lectura del mundo al instante. Es ahí que los signos adquieren espesor , y desde ese espesor deciden cuándo cortar o cuándo seguir o cuándo insistir en eso que se está leyendo, y que si se deja de escribir se pierde: una conexión con el mundo, pero en clave. Milán ha aprendido ya hace mucho esa clave; tal vez nunca la haya llevado tan lejos como para hacer pensar que no se puede escribir de otra manera que desde esa libertad de seguir, de manera irrenunciable, el hilo que se ha seguido toda la vida, el que la aguanta éticamente. La pureza de Milán está ( como si Disenso fuera un capítulo de la misma historia, lo que en definitiva es) en la ligazón de ética y estética. Es un testimonio de la relación entre lo que dice y lo que “quiere decir”; me atrevo a decir que Milán apunta a una situación de lenguaje en la que esa escisión entre palabras y significado –no el de las palabras, sino aquel al que apuntan las palabras- actúe. Algo que superficialmente se puede llamar locura, pero es la resultante de pensar qué se dice cuando se dice algo. Las palabras, su ritmo, su agrupamiento, confirman el sueño de ser la versión escrita de lo que no puede escribirse ( la forma, el lenguaje mismo, traslada su designación y su capacidad de designar entera, a otra Cosa); eso que no puede escribirse, y eso quiere decir que lo que se dice no quiere decir lo que se dice sino un impulso, un movimiento en torno al sujeto. Y cómo se habla del sujeto diciendo otra cosa? Del mismo modo: haciendo real la escisión entre lenguaje y cosa designada: es algo más, como un ícono dela vida lo que se transparenta ahí, por ese hueco.
Es así que uno lee nombres, referencias, usadas por lo que implican, no “afuera”, sino dentro del discurso; los hechos narrativos, lo mismo. Es una respuesta a la pregunta por qué hacer para que el lenguaje designe, sin dejar de configurar un texto; más bien al revés: el texto, compacto, construido, consciente de sí mismo, hundido en sí mismo, escrito en un lenguaje poético que casi sume en lo no comunicante, en el “puro lenguaje”. Y, paradojalmente, por eso mismo, abre la lectura a un modo de pensar, una postura. El texto es el lugar del disenso ante otros modos de pensar y lo celebra.-
Roberto Apprato

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