La poeta y crítica Pilar Martín Gila nos deja una excelente lectura de Disolución del nocturno de Ildefonso Rodríguez en Culturamas.
Turn Turn Turn
Cuando despertamos de un sueño que nos ha dejado su impronta, por lo común, pretendemos contarlo, a quien está a nuestro lado, como si se tratara de una narración clásica; es ahí, en ese intento de transmitirlo como algo ordenado, cuando lo convertimos en algo banal. Puede que hagamos esto convencidos de que los sueños son una historia terminada en la que ya no estamos, una pieza escindida y completa de la que hemos quedado a salvo. Ildefonso Rodríguez levanta en “Disolución del nocturno” un fabuloso relato en esa frontera, intersección de los sueños y lo otro, que atravesamos con los ojos cerrados y que para referirla hay que poseer una voz, un largo aliento que permita sostener todas las cosas ahí, tremolando en el límite.
Puede que todo lo que aquí leemos sea sueño, pero no está siendo soñado todo el rato, de la misma forma que no estamos siempre dormidos ni siempre que dormimos soñamos ni la vigilia carece por completo de sueño. Así, en “Disolución del nocturno”, el dormido y el despierto se presentan como dos modos que se dan uno dentro del otro, tal vez uno a resguardo del otro, en una imprecisa existencia de la cual parecen disputarse el testimonio. Por ellos pasan todas las cosas, los personajes, las acciones que, poco a poco, en el caminar del libro, se van reuniendo como partes de algo cuya imagen no se ofrece en su totalidad, pero de la que ya no podrán segregarse sin llevar consigo siempre esa pertenencia o esa memoria de miembro fantasma. Todo tiene su relación, todo conservará su vínculo: …la calle donde se encendió algún misterio (el primer beso en la boca, el primer recelo amistoso) lo seguirá guardando siempre. Las dos mujeres del deseo serán para siempre la misma. La suerte espera su momento. Todo tiene su estación y todo vuelve. Turn, turn, turn decía esa canción de Pete Seeger. Y también sobre ambos, sobre el dormido y el despierto, planea aún otra vigilancia, una voz exterior que amenaza con dejar caer ese mandato que sobresalta: ¡despierta!
En una nota de este libro, Ildefonso Rodríguez lo presenta hermanado con otro, “Son del sueño” (Ave del paraíso, 1998). El hecho de que ahora sean dos apunta a un grado más en este arco del tiempo que poco a poco ha ido curvando el autor, como si ambos hermanos pudieran contener indistintamente su parte de aplazamiento o anticipación de la historia o tal vez como si uno recogiera las notas del otro sin que sepamos con seguridad dónde está la cesura entre lo anterior y lo futuro. Hay, sí, en este libro una noción de tiempo antiguo, tiempo que vuelve a su forma cíclica y nuevamente queda ligado al curso de las cosas frente al vacío del tiempo moderno, éste que, por utilizar la imagen hamletiana, ha salido fuera sus goznes. Así, entramos en el tiempo propio de la poesía y propio de los sueños. Sólo que éste no es exactamente un libro de poesía ni tampoco un libro de sueños, sino un magnético relato entreverado de referencias, citas, voces y sucesos, un caudal por el que el autor, a la vez que asoma, no deja de desaparecer. Es el retorno de lo mismo. Algunos hechos del pasado parecen admitir leves correcciones y así depositan su sentido al presentarse de nuevo. Y este tiempo que se ha ido encorvando tal vez haga también de “Disolución del nocturno” una construcción de la nostalgia, cosa distinta a que sea un libro nostálgico, porque aquí no importa tanto que se produzca el regreso como que sea posible, que se construya, y únicamente podrá haber melancolía donde se guarde la posibilidad de volver, en un tiempo que rodee y contenga el mundo a diferencia de esta línea del tiempo moderno que, como lo veía Deleuze, sólo puede atravesarlo.
“Disolución del nocturno”, ya se ha dicho, parece hablarnos desde ese cruce por el que pasan los distintos modos del sueño; sin embargo, el lector no tiene la impresión de ser invitado a participar en algo inefable o hermético, sino más bien de que el relato está mostrando, haciendo visible lo que parecía opaco, el pensamiento ha sido depositado en el exterior, …está a la vista de todos, y por lo tanto lo que cuenta el libro no es otra cosa que lo que hubo y lo que acaeció o, como decía Yourcenar en “El sueño de Durero”, el visionario es un realista. Todo, esa cosa, ese animal que vuela, ha pasado ante la mirada del lector, y lo que ahora queda es tratar con lo leído, intentar saber qué es este objeto que hay que incorporar al mundo, o tal vez quedarse absorto ante lo ocurrido.
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