lunes, 7 de febrero de 2011

Amaranth en Guaraguo 35


La prestigiosa revista Guaraguao publica una reseña de Amaranth precedido de Amastris de Roger Santiváñez escrita por la poeta peruana Victoria Guerrero en su número 35:


También se puede leer aquí:

Amaranth, precedido de Amastris.
Róger Santiváñez.
Madrid: Amargord ediciones, 2010. 85 pp.

La flor de Santiváñez

Si hay alguien que ame la poesía con ternura callejera, ese es Róger Santiváñez.

Róger no solo es un lector impenitente de poesía, sino también la “memoria” de una generación signada por la violencia política en el Perú: los ochenta. Ha transitado por grupos poéticos como Hora Zero, en su segunda fase, y ha fundado uno de los últimos grupos colectivos importantes de poesía en el Perú: Kloaka (1982-1984).

Conozco a Róger desde los tiempos de sus stops-by por una librería que tuve a finales de los años 90 en el centro de Lima. Roy –como le dicen sus amigos- era ya un poeta famoso y trajinaba lo que serían sus últimos recorridos por la Ciudad de los Reyes, pues posteriormente viajaría a los Estados Unidos para hacer un doctorado. Actualmente es profesor universitario y reside en ese país.

La publicación de Dolores Morales de Santiváñez, selección de poesía (1975-2005), es fundamental para entender el proceso de la poesía de Santivañez. Este libro incluye poemarios como Antes de la muerte (1975), su primer libro, pasando por un poemario fundamental El chico que se declaraba con la mirada (1988) y Symbol (1991), su libro más político y en el que se comienza a enfilar hacia una poesía plena de registros musicales, un libro hermético y a la vez explosivo, lleno de referentes ideológicos propios de la década anterior. Es en este último poemario donde podemos rastrear los orígenes neobarrocos del texto que hoy nos ocupa Amaranth. El desarrollo de este tipo de escritura llena de sentidos a través de giros rítmicos y retóricos continuará en textos como Eucaristía (Buenos Aires, 2004), Labranda (Lima, 2006) y Amastris (Santiago de Chile, 2007).

La reciente publicación en España de Amaranth precedido de Amastris (Madrid, 2010) genera una gran expectativa, no solo por la difusión de la obra del poeta, sino porque puede abrir un diálogo más fluido entre nuestros creadores, más allá de las grandes editoriales que nos aislan –gran paradoja del mundo globalizado. Esta edición incluye Amastris, poemario que había sido editado en Chile, pero que se decidió reeditar junto a Amaranth; sin embargo, mi lectura solo se centrará en este último.

El neobarroso (neobarroco), como se le ha denominado a este tipo de poesía –como apuesta poética- es controvertido debido a que muchas veces puede derivar en un mero juego del lenguaje. Su hermetismo y la compleja sintaxis que propone tuvo una apuesta importante en los años 70 y 80, sobre todo en países donde la represión era muy fuerte y los escritores necesitaban encontrar un lenguaje alterno que pudiera “decir” y cuestionar las estructuras del poder. De allí que escritores tan importantes como Néstor Perlongher (1949-1992) en la argentina propusieran el neobarroso como forma estética e ideológica desde su militancia política gay. Por lo que me hago la pregunta de si su sentido hoy por hoy puede desarrollarse al margen de sus contextos. Pregunta que dejo abierta al debate de sus cultores.

La búsqueda poética de Róger Santiváñez ha seguido este mismo derrotero, pero el Roy no se ha dejado fascinar solo por los encabalgamientos, la musicalidad y la sintaxis críptica –que obviamente también existen- sino que ha permitido –desde sus inicios- que sus versos se contaminen con el argot callejero de los barrios en los que vivió: su Piura natal (ciudad al norte del Perú) o en el antiguo y otrora señorial barrio limeño del Rímac –desde hace buen tiempo pauperizado y en franca decadencia-. Róger – de sus caminatas por la selva de cemento- ha recogido, con oído aguzado y atento, los sonidos de la calle y se los ha apropiado para él y para su apuesta poética. Eso es lo que le da personalidad y frescura a su poesía: haber sabido rescatar y reconciliar la alta cultura (su vida académica llena de lecturas universitarias) con el habla callejera de una época y de una juventud –la de los furiosos años 80- que se tomó la calle a pecho.

Amaranth, título del poemario, refiere a una planta originaria de la India, que produce una flor de diferentes colores, dependiendo de su origen. Para los griegos, significa la inmortalidad y, por tanto, Amaranth es el libro de la memoria y de la ternura. El poeta Luis Fernando Chueca ha leído acertadamente las diferentes evocaciones que propone esta flor dentro del texto:


En uno los poemas leemos “Doquiera quiso apropiarse de / La rosa”. E
imaginamos que esa rosa es una de las posibles figuraciones del símbolo
propuesto por la voz Amaranth, como lo son también las memorias de
Piura y, por ejemplo, sus noches que calmaban la ansiedad, o los recuerdos de
Lima que el poeta entona en homenaje a Pablo Guevara, los asomos de jerga limeña
e incluso el Rimac’s lumpen.

El libro empieza con los recuerdos del familia, allá en Piura, la madre, el padre y
las visitas a las casas de los amigos:

Crocantes coronados con chichita
Catacada onde la amiga de mi viejo
Gertrudis ojos rojos cecina & costillar
Mosca-mosca que no olvido
nicaragua
(Infancia)

“Nicaragua”, nombre del país centroamericano, es usada en la jerga limeña con el significado del adverbio “nunca”. Nunca habrá olvido de la chicha (bebida hecha de maíz morado) ni de la comida, pero sobre todo de aquel instante, de aquel “seno” materno piurano, cálido, juguetón. La unión de lo presente y lo pasado se encabalga de alguna manera –como muchos de sus versos- en este texto musical y plástico. No sé por qué pero este libro –como temática- me recuerda mucho a sus primeros textos como aquel de El chico que se declaraba con la mirada, pero debe ser porque los temas constantes de la poesía de Santivánez siempre han sido la casa, la infancia, su natal Piura, los amigos y la poesía que une a todos.

En este recorrido, la ciudad de Lima es descrita en su esplendor marginal y nocturno, sus recuerdos del Rimac´s lumpen (juego sintáctico del inglés en el español) con sus riesgos y sus sombras. La pollada y el pueblo joven (denominada fabella o villa misera, en otros países), sus celebraciones y sus riñas. Las peleas callejeras de los lúmpenes del Rímac son poetizadas así:

Allá por las rimeñas riñas de
Faites flacuchentos frecuentes al
Frescor
de la noche malsana
Catana que un raya te dio
Inolvidable encanto del
amanecer
Celaje del patrullero celador
(Tamales calientes)

Catana es el golpe, el castigo físico infringido en este caso por el “raya” –el poli- que reprime a los faites, maleantes cuya vida escandalosa contrasta con el silencio del amanecer. Esas horas críticas, la madrugada previa a la llegada del amanecer, son recorridas por este flaneur que planea la ciudad y sus márgenes bellos y decadentes; visión de la ciudad de Lima previa a convertirse en la megalópolis que es hoy.

La playa y, sobre todo, el mar, es otro avatar de la flor, del Amaranth. Allí la paz y la tranquilidad del poeta, allí los recuerdos de infancia, pero también la muerte de cuerpos hermosos en el verano piurano, de aquellos amores de la niñez vistos desde lejos y que en algún momento se hunden en azul del mar:

El mar siempre será una diosa
Cuyo seno suavemente se recoge
La playa
más dorada de tu sueño
(Mitylene)

El mar imaginado como cuna y sepultura. La costa peruana es un gran desierto y, en el norte, el desierto de Sechura aparece quemando los pies de los niños que juegan y corren en la playa, que van a esconderse en la isla y entre los peñascos, o que ven el “chapoteo furioso de la marea”.

Frente al azul y el paraíso marino –que también cargan sus muertos- están las catanas peligrosas en las calles y los cerros habitados del centro de Lima. Entre esos espacios, que se muestran radicalmente opuestos, se mueve la poesía de Santiváñez. Allí permanece imperecedera su flor del recuerdo, su flor de amor, su Amaranth.

Hasta aquí nomás. Siempre en poesía –como diría el Roy.

Victoria Guerrero

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