domingo, 23 de mayo de 2010

Sobre Potlatch

Hemos seleccionado algunas notas críticas de la primera edición, en Argentina, de Potlatch de Arturo Carrera.

La plata también puede ser un objeto poético

- Rodolfo Fogwill, escritor y poeta: “Potlatch no solamente es un poemario sino también una novela o un ensayo sobre el dinero. Habría que tomarse el trabajo de subrayar en qué páginas hay una elaborada y aguda teoría sobre el dinero y cómo afecta a las comunicaciones interpersonales. Para viejitos como yo, además, es conmovedor porque nos remueve el recuerdo de nuestras infancias, en las que vivimos esa especie de época dorada del ahorro y el chanchito. Es un gran libro, que forma una novela con El vespertillo de las parcas, que tiene mucho que ver con Arturo Carrera, el poeta de, lo que para mí es su mejor libro de versos, Animaciones suspendidas, que pocos recuerdan. Es curioso que al público le causara gracia escuchar la palabra sorete, cuando Carrera estaba contando la tragedia inexorable de una familia”.

- Graciela Speranza, escritora, crítica y docente universitaria: “Potlatch es un inspirado derroche de recuerdos de infancia. Que en la Argentina de hoy, su Magdalena de Marcel Proust sea el dinero habla de la sutileza de la poesía de Arturo Carrera. Junto con El tilo de César Aira, un libro ‘hermano’ en más de un sentido, recupera a su modo la libertad y la gracia que Manuel Puig trajo a la literatura argentina”.

- Fernanda Laguna, poeta: “Leo los poemas de Arturo Carrera con música de fondo de Los Mirlos del Perú: ‘Bailar de lejos no es bailar’. Leo por momentos sin entender lo que significan las letras que pasan delante de mis ojos, pero me conecto con un ambiente de patio familiar y escucho las preguntas de un niño que se cuestiona cosas grandes”.

- Anahí Mallol, poeta y traductora: “Arturo tiene una poética muy particular. En Potlatch queda claro que lo relacionado con la vida íntima es llevado por el poeta al plano de lo político, para demostrar cómo las relaciones familiares están tramadas con la historia política y económica del país. En estos poemas, las anécdotas circulan como circulan los billetes y las monedas: así como existen copias y falsificaciones de monedas truchas que usamos cotidianamente, también las anécdotas forman una multiplicidad de voces, pero ninguna es la Verdad. La subjetividad de ese niño, tironeado por su abuela peronista y antiperonista en una de las poesías más autobiográficas, Casa Nervi, se forma con el eco de esas voces. Como sucede con el dinero, no hay un sentido único ni valedero para todo”.

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Poesía y vida
El día de un poeta

Arturo Carrera ha publicado dos nuevos libros, Carpe Diem y Potlatch (anticipado hace pocas semanas por Radarlibros). Separadamente, cada uno de ellos enriquece la literatura argentina contemporánea. Considerados en conjunto, constituyen un acontecimiento.

por Ariel Schettini - Radar libros (Página/12)

Es notable cómo Arturo Carrera pasa de un libro al otro dándonos la oportunidad de mirar en la vida de un poeta como si ésta fuera un diagrama de flujo. En sus primeras obras (Escrito con un nictógrafo, La partera canta) era un poeta del espacio, del cosmos, y del poema como tela de un pintor que podía “hacer ver” la poesía sobre la página. Ahora es más bien un narrador, un novelista del tiempo mínimo. Entre el pintor y el novelista, Carrera fue astrónomo, meteorólogo en La banda oscura de Alejandro, entomólogo en el descubrimiento de la “poesía de los grillos” y maestro de kindergarten en Children’s Corner. Algunos rasgos de su obra, de todos modos, persisten.
La obsesión por la dinámica familiar y sus intercambios genéticos, afectuosos y económicos es una de las constantes desde Arturo y yo. La necesidad de nombrar a la poesía como el lugar de conocimiento y comprensión del mundo por excelencia es otro de los distintivos que aparece de modo insistente. Pero es sobre todo un ritmo que está entre la tersura ideal del verso clásico, la palabra inesperadamente coloquial, y el modo persistentemente vanguardista de su escritura lo que lo vuelve inconfundible, absolutamente personal y cada vez más importante y necesario. No es casual que su obra sea la referencia de casi todos los poetas jóvenes y que adquiera, sobre ellos, el peso de una “influencia”.
En este último tiempo salieron dos libros de Arturo Carrera: Carpe Diem (El Fulgor/Poesía), publicado en México y Potlatch, en Argentina. Carpe Diem es una colección de poemas -.todos titulados “Carpe Diem”– que recrean el significado verdadero de la figura poética: narrar el transcurso de un día vivido como una experiencia estética. De allí que sea posible que la experiencia de ver un cuadro de Corot pueda ser asimilada a la de ver un arco iris. El Carpe Diem obliga a vivir el día en cada uno de sus detalles porque la vida no es sucesión sino construcción infinitesimal de cada instante. Decir que se trata de un libro de detalles sería asignarle un mundo (una obra general) a la vida, que los textos de Carrera nunca afirman ni niegan. En el posfacio, escrito por César Aira, se lee: “Las preguntas en la poesía de Carrera nunca se responden con un ‘sí’ o con un ‘no’. Es como si hubiera descubierto que la afirmación y la negación no hacen más que complicar las cosas”.
Potlatch vuelve sobre un tema recurrente de la obra de Carrera: la infancia, los niños que nunca aparecen infantilizados ni artificialmente ennoblecidos. Muy por el contrario, son los niños de la avaricia salvaje, el pecado y el miedo. La palabra del título nombra (de acuerdo con la antropología de Mauss y Bataille) la acción ritualizada y tribal del gasto y de la entrega gratuita. En el universo de Arturo Carrera sirve para reunir todas las acciones que anudan los lazos familiares mediante el dinero.
Familia y dinero son las palabras que asocian los poemas en los que aparece la memoria puntual, nítida y cándida del poeta, que recuerda la relación entre la ostia de la comunión y las funciones digestivas que sobrevienen al comer “el cuerpo del otro”, como en una tribu salvaje.
El libro es una colección de figuras del dinero en la que también aparece el Río de la Plata como el espacio de la muerte, el terror y el “gasto inútil” de los cuerpos que se tragó el río. Pero también el libro es una construcción estética de la moneda que elabora desde una perspectiva “poética” el fetichismo de la mercancía marxista representado en el “asco” que provoca el billete o la moneda: dos objetos colmados de esteticismo en sus retratos, paisajes, viñetas y enseñanzas.
Muchos de los poemas rememoran el tiempo infantil del ahorro y de la codicia infantil que fortalece el espíritu de los niños en el ahorro y sus instituciones: la Caja de Ahorro, la colección de estampillas y figuritas.Todo un mundo de la vida cotidiana que une el paraíso perdido de la abundancia material al tiempo perdido de la pobreza y de la memoria. El dinero en ese mundo familiar es también un ritmo que cuenta el tiempo, lo escande y le da un sentido.
Por otra parte, el libro es un recorrido por los lugares de cruce entre infancia, familia y creación de capital infantil: los momentos de la infancia en los que se acrecienta el capital y se invierte en un improbable futuro. Papá Noel, Los Reyes Magos, El Ratón Pérez, Los ñoquis del 29, el vuelto del kiosco.
Es como si el poeta se preguntara por esos lugares en los que el dinero parece que se uniera a la magia y al punto más álgido del egoísmo humano. Arturo Carrera nos guía por esa “época dorada” para mostrarnos que detrás del oro de la memoria se agazapa el vil metal y los lazos perversos que construye la infancia. Es el tiempo del origen de la creencia, de la credulidad y finalmente del escepticismo y de la desilusión.
En el poema “Títere de la moneda”, Arturo Carrera condensa, como lo hace con cualquier objeto sobre el que pone la mirada, toda la estética del libro Potlatch y de una generación de escritores argentinos con los que su obra vive en constante diálogo: Aira, Lamborghini, etc...
Un niño llama a la casa para mendigar y el poeta le presenta la moneda enguantado en un títere benéfico: le da al mismo tiempo la moneda que pedía y algo más, una sonrisa. Pero el acto es del todo egoísta, dice el poeta: “Por suerte no soy yo”. El azar lo coloca en el lugar en el que tiene que organizar una representación para dominar la culpa, pero también es una imagen mínima de todo acto caritativo: la construcción de un personaje de “bondad” y, al mismo tiempo, es una evasión de la responsabilidad que infantiliza la acción, la quita de contexto y la vuelve pueril. Ahora la Argentina, en ese instante, es el país de la representación y ese intercambio único es la regla y la ley para todo intercambio posible. En ese “instante sin rencor”, Arturo Carrera nos dice en qué medida su obra piensa en pequeñas situaciones todo el universo y hasta qué punto esa reflexión es compleja. La dinámica de las clases enfrentadas no es sólo salvada por la moneda (otra representación) sino, mucho más importante, superada porque los personajes pueden construir un teatro “cómodo” para ellos: un títere y su público, un mundo de “amor sin culpa ni reproche”.
No se trata de que el instante sea una fragmentación de la complejidad, para volverla comprensible, sino todo lo contrario: es la mirada poética la que vuelve cada intervalo un crisol de actitudes, gestos y acciones que permiten entender, finalmente, el paisaje general.
Carpe Diem y Potlatch son dos libros únicos. No sólo porque se tratan de la invitación a recorren un nuevo momento en la obra de Arturo Carrera, algo siempre significativo para quien se interese por el lugar de la poesía en la literatura argentina. Son también dos libros en los que se puede indagar el valor de un día, pero también averiguar mediante la poesía acerca de eso que no tiene precio: la vida.

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El don de la extrañeza
Florencia Abbate
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Si un poeta viniera a decirnos: Quiero escribir un poemario sobre un tema antipoético por excelencia, el dinero, pero quiero además hablar de un tema por excelencia poético, la infancia, y quiero también que se reflejen los años de Perón, y quiero citarlo a Martínez Estrada, pero además a Shakespeare, y quiero usar tonos bien distintos –unos exquisitos y otros vulgares, unos de niño candoroso y enfático y otros de hombre cansado y reflexivo). Casi todos tenderíamos a desconfiar del resultado. Mas si se trata de Arturo Carrera, hay que confiar. No otra que ésa es la rara y atrevida labor que lleva a cabo en Potlatch, un libro que con la excusa de explorar el lugar del dinero en la infancia del poeta, envuelve al lector en un mundo inquietante que induce a considerar la vida en toda su extrañeza. Y qué hay más extraño que las sensaciones que a cada momento tenemos, y que son el principal objeto de investigación de la obra de Carrera, y que probablemente hayan sido todavía más vívidas, más desnudas, cuando éramos niños. En una página del libro, Carrera reproduce o inventa -qué más da- una carta de su hija: “y a mi mamá traele bestidos uno de verano y otro de himbierno y a mi ermano fermin traele un auto agrande a control y a mi tia traele sapatos de charol y a mi abuela traele unas chinelas blancas y a mi abuelo traele un calsonsillo-ana”. En otra cuenta: “Entonces yo lo ponía en una servilleta de papel, bien envueltito, porque me habían dicho que el diente no podía ir a cualquier lugar, que iba a lugares mágicos y que después el ratón con todos los dientes que juntaba se iba construyendo un castillo de la puta madre”. Carrera es un experto en el eclecticismo, la fragmentariedad, los contrastes, el montaje. Por eso a su poesía puede ingresar cualquier cosa, lo más banal, lo más antipoético, sin que pierda jamás esa lírica sutil e inconfundible, bella y caprichosa, que da forma a su estilo. De ahí que en algunos de los mejores poemas del libro (“Cuarta moneda”, “Otra moneda”, “Visible/Invisible”) tengamos la sensación inexplicable de que el secreto por el cual el poeta se ha vuelto cada vez más maduro en su arte, coincide con su capacidad para desarrollar el asombro del niño: “¿Cuántas veces necesitamos que nos digan / que la belleza es la arena movediza / de la certidumbre?”.
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El oro de la infancia - POTLATCH por Arturo Carrera
Jorge Monteleone - La Nación - Argentina

A fines de 2003, Arturo Carrera publicó en México Carpe diem (filodecaballos editores/ ICOCULT) con un "Epílogo-haiku" de César Aira. Los apuntes mínimos -un día de pesca con el hijo, la acuarela de un arco iris de Klee, fugaces escenas en ciudades de Italia- se exaltan en la busca del poema por hallar el atajo para atrapar el instante vivido, como una flor arrancada al paso. A ese libro de alta concentración lírica siguió Potlatch, expansivo y digresivo hasta el resguardado tesoro de la infancia personal.

La extraordinaria realización poética del último libro de Carrera no es menos fascinante que el proyecto teórico que la sostiene. El estudio del potlatch proviene de un trabajo sociológico de Marcel Mauss sobre el intercambio económico en las sociedades arcaicas, llamado "Ensayo sobre el don" (1924). Reflexiona sobre un tipo de intercambio que, a diferencia de la economía capitalista -basada en la producción, la acumulación y el consumo-, se asienta en la donación, el derroche y el obsequio. Ese sistema de prestación colectivo, nunca individual, consiste en la obligación de darse obsequios entre clanes o familias, que también deben ser recibidos obligatoriamente. El potlatch es una de sus manifestaciones extremas: los donantes y donatarios se desafían entre sí con regalos cada vez más suntuosos, donde la rivalidad no se manifiesta en el privar al otro de una riqueza, sino en otorgársela. El ensayo de Mauss inspiró el libro de Georges Bataille La parte maldita (1949), donde se lee una "Teoría del potlatch". Bataille sostiene que la verdadera razón de ser de las sociedades humanas no es producir ni acumular, sino el derroche y el gasto improductivo, la periódica dilapidación de la riqueza. Esa tendencia, revelada oscuramente en el potlatch, reside en el corazón de la economía: en ella también se manifiestaría la inclinación del hombre hacia lo sagrado mediante acciones soberanas y sacrificiales, como la incesante donación. "El potlatch -escribió Bataille- permite percibir un lazo entre las conductas religiosas y las de la economía."

En el prólogo a su libro, Carrera retoma las nociones de Bataille, mientras repone la poesía en el lugar de ese vínculo con lo económico. Pero hace algo más: reconoce implícitamente el "valor" del intercambio lingüístico, percibe en la poesía el "oro" de la lengua, el "oro del sentido" como un donar constante del poema. El deslizamiento semántico hacia el dinero, como materia simbólica para la imaginación y, a la vez, hacia la infancia como esa "edad de oro" de la que hablaba Novalis, reúne en este libro monedas y poemas: la intimidad de la niñez y la exterioridad del dinero cruzados en el potlatch, como una especie de lógica poética. ¿Acaso no es también la poesía -se pregunta Carrera -"un puro potlatch con formas, con palabras que vuelven a cruzarse en un umbral tan frágil como el sueño, como el balbuceo, como el tintineo oído de unas monedas raras que sostiene un niño?"

Potlatch no sólo es una continuación de los libros anteriores, El vespertillo de las parcas (1997) y Tratado de las sensaciones (2002). También es un lejanísimo eco de aquel libro que Carrera publicó cuando acuñaba las doraduras del signo neobarroco: Oro, de 1975 (que podría vincularse vertiginosamente con las cinceladuras de oro del vocablo modernista, desde Las montañas del oro a El dorador, de Lugones). Potlatch alude al libro de 1975 en el nombre de la primera sección de este nuevo libro, "Oro", y en algunos poemas, como si fuesen la continuación y la revisión de aquellos versos que decían: "El escriba escribía/ cosa preciosa es mi vida/ yo soy un poeta/ de oro es el tesoro". La vida reside aquí en el escenario autobiográfico de la infancia: la ciudad en la que nació el poeta, Pringles, provincia de Buenos Aires, en la década del cincuenta, durante el peronismo (y con ello este libro merece ser leído en la perspectiva de una narración coetánea: El tilo, de César Aira). El motivo de Potlatch -en sus transacciones reales y también metafóricas- es el dinero, pero en uno de los avatares que podríamos llamar, sin mayor exageración, más fantásticos: la moneda argentina. En las seis secciones del volumen hay dos registros básicos: uno es el más habitual de los poemas de Carrera, esas breves constelaciones de versos como intermitencias en la página: registro de sensaciones, de recuerdos, de pensar veloz sobre las cosas, donde el lirismo se une a ráfagas de relato. El otro se halla al final de cada sección: un texto llamado "Data", escrito en un tono oral francamente narrativo, donde una o dos voces cuentan episodios infantiles, con una inocencia que suele volverse desopilante.

Las cadenas asociativas que acumula el cruce de dinero e infancia en los poemas son vastas, y la sensibilidad cuantiosa y el rico humor de Carrera jamás las desperdician. Entre muchas alusiones, se hallan referencias documentales a las monedas y billetes de la Nación, como hitos de época; o el apunte de la brutal depreciación social del presente al recordar, por ejemplo, que el escolar argentino depositaba dinero en estampillas para su libretita de la Caja Nacional de Ahorro Postal; o las varias acciones que el dinero connota: dar y recibir, prestar y gastar, vender y comprar. Hay un aire de nostalgia, a veces melancólico y otras veces risible, en los episodios familiares. Y con ellos, imágenes preciadas: alcancías, moneditas de los padrinos, vueltos de almacén, billetes que dejan los ratones por los dientes caídos, el Plata y la plata y el zahir de Borges, hostias que se amonedan en las bocas, heces de los niños que simbolizan el oro, el "don de acumular que despilfarra lo deseado". El efecto no es monumental o memorialista, sino ligero o irónico y, casi siempre, epifánico.

Potlatch habla de la lúdica gratuidad de la belleza, de la dádiva del oro de la infancia en la memoria del poema. De notable resolución estética, es menos un libro de poesía que otro don del lenguaje.

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