miércoles, 2 de octubre de 2013

Alberto García-Teresa reseña "Y se llamaban Mahmud y Ayaz" de José Manuel Lucía Megías


El poeta y crítico Alberto García-Teresa ha escrito una excelente reseña sobre Y se llamaban Mahmud y Ayaz de José Manuel Lucía Megías para La república cultural.

Alberto García-Teresa – laRepúblicaCultural.es
El 11 de julio de 2005, dos adolescentes iraníes fueron ahorcados en una plaza, tras recibir 228 latigazos, por mantener relaciones homosexuales. Según Homan, la organización iraní de derechos de los homosexuales, desde 1979 (cuando triunfó la Revolución Islámica), el Estado ha condenado a muerte a cerca de cuatro mil homosexuales.
Este potente poemario arranca desde esa denuncia, y gira constantemente en torno a ese asesinato concreto. Así, se van sucediendo poemas breves, que parten desde el testimonio pero que incorporan una perspectiva lírica, emocional. José Manuel Lucía Megías sabe emplear y explorar desde distintos enfoques esos desoladores acontecimientos, hasta lograr una obra conmovedora.
Formalmente, el libro se construye con la yuxtaposición de seis voces no distinguidas explícitamente, y que se diferencian por la perspectiva más que por el cambio de registro. Así, además del relato, de la crónica, se abordan el sentimiento amoroso y la pérdida, enunciados desde la interiorización, no con un enfoque documental. De esta manera, manifiesta la ocultación del amor; la angustia por no poder expresar ese deseo, esa pasión. También se adentra en el futuro amputado, en los proyectos que ya no podrán ser cumplidos.
La obra quiere ser una lucha contra el olvido, una reivindicación de la memoria. Por eso se insiste en recuperar sus nombres (desde el título) y su edad, repitiéndolos constantemente a lo largo de todo el volumen. Igualmente, se insiste en la causa de la ejecución: “Morir por amarnos”. Por un lado, esto pone de manifiesto una confrontación constante entre pulsiones y, por otro, remarca la sinrazón. Otra oposición paradójica reiterativa: “¿Por qué aceptar que nuestra habitación es la cárcel donde podemos vivir libres?”. Las consecuencias públicas de esas conductas personales se muestran como resultado de una política represiva condicionada por la aplicación de una moral sumamente intransigente.
A su vez, el autor realiza una condena constante de nuestra complicidad al no denunciar estos hechos: “Fue necesario nuestro silencio”, se reitera en varias piezas, donde el “nuestro” puede entenderse como una apelación a diversos colectivos sociales de distintos contextos. Y es que el poeta no duda en señalar que esa complicidad viene dada por intereses geopolíticos, que hacen que la economía prime sobre la defensa de los derechos humanos. De hecho, finalmente puede interpretarse la obra como una condena de la pena de muerte en general.
El volumen está fuertemente cohesionado. No sólo temáticamente, sino en el registro y también a nivel formal, a través de un gran número de estructuras paralelísticas y el conjunto de oraciones que se repiten en los distintos poemas, y que responden a las sucesivas y entrecruzadas voces. Así, se remarca la denuncia, pero sin agotar las lecturas.
En definitiva, se trata de un hermosísimo canto contra la homofobia; un doloroso homenaje a quienes deciden no silenciar su amor a pesar de las imposiciones.

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